Con el clamor del Bicentenario ha reflotado una palabra por muchos años olvidada, mítica e intrincada, llena de simbolismos, ciencia e historias notables. Me refiero a la palabra “Paulownia”. Dicha con fluidez por muchos, deja la “w” silente entre tantas letras y la entrega al vocabulario de uso diario de muchos Institutanos. Porque lo que algún momento llamaron “patio jardín” o “jungla” por muchos años hoy hace memoria de un antiguo lugar llamado el “Patio de la Paulonia” ubicado en el viejo Instituto. La placa está ahí hoy, en un monolito de piedra y espero en esta pequeña nota acotar algunos de los detalles que le faltan a ese recordatorio indeleble.
La historia comienza muy atrás en Würzburg, Baviera. Cuando un sabio alemán llamado Philipp Franz Von Siebold emprendía viaje como médico a bordo de una fragata desde Rotterdam hasta Batavia (Yakarta) ubicada en las Indias Orientales Holandesas, hoy Indonesia; lugar al que llegó en los primeros meses del año siguiente. Apasionado por la botánica y la zoología hizo de las mejores amistades en las colonias orientales, destacando ilustres científicos quienes le incorporaron a la Academia de las Ciencias y las Artes de Batavia gracias a su erudición en las materias científicas. Y el mejor lugar que halló para trabajar fue en el Jardín Botánico de Buitenzorg en Java, donde comenzó su trabajo con la flora oriental, que lo haría mundialmente conocido.
Años más tarde Philipp encontró la oportunidad de embarcarse con destino a Dejima, una isla de la bahía de Nagazaki en Japón, y decidió tomar rumbo con todos sus implementos para desarrollar una investigación en la Isla y asimismo empezar a desarrollar una interacción de culturas científicas entre los eruditos japoneses y los occidentales. Entre sus múltiples expediciones por las selvas y bosques japoneses se topó con un árbol magnífico de follage ingente y delicadas flores violáceas que caen con el viento que los japoneses conocían como “kiri”. Ese sería el momento en que tomaría semillas de la especie y las haría germinar en el invernadero que tenía en su propia casa, jardín de vidrio que llegó a superar los 1000 ejemplares de flora nativa.
Este género de especies de grandes hojas y delicados pistilos sería bautizada como Paulowniaceae
en honor a la Reina de los Países Bajos Ana Pávlovna Románova, hija del Zar Pablo I de Rusia, por quienes describieron el género; entre los que se encuentran el doctor Von Siebold y su colaborador Joseph Gerhard Zuccarini con quien publicó en 1835 “Flora japonica, sive plantae quas in imperio japonico” que resume todos los descubrimientos del primero durante su estadía en aquellas islas orientales, antes de su expulsión en 1829.
Siebold se convirtió en uno de los más afamados botanistas de Europa y hasta el día de hoy permanece como autoridad internacional en la catalogación de especies. Pero su labor no concluyó ahí. Luego de su regreso a Europa, Siebold, se asentó en Bruselas en donde trabajó en la Universidad de Gante en donde trabajó como profesor; tanto fue el prestigio que ganó esta universidad gracias a esto, que su jardín botánico se encontraba entre las colecciones más grandes de flora rara y exótica de todo el continente. Sin embargo no sería hasta 1841, cuando Siebold se instala en Leiden, donde se encarga de germinar especímenes de toda su colección de flora en el Jardín Botánico de la Universidad esa ciudad. Y la importancia de la segunda respecto a la primera destaca en que, posteriormente, el Jardín de Leiden iniciaría un intercambio de almácigos exóticos con todos los jardines europeos, en donde estaba la Paulownia por su gran valor decorativo y crecimiento acelerado.
Ahí es donde entra en el relato el primer profesor de historia natural del Instituto Nacional: don Rudolf Amandus Phillippi Krumwiede. Con ya varias obras a su haber, Phillippi destaca en el panorama científico chileno de mediados del siglo XIX por su experticia en la botánica y zoología, siendo considerado hasta el día de hoy autoridad internacional en la clasificación de especies con la abreviatura Phil. y como uno de los principales hombres de ciencia que pisaron suelo sudamericano, a la par con nombres como Gay, Domeyko, Darwin o Humboldt.
Pero es en este punto donde la historia empieza a nublarse. Phillippi es nombrado en 1853 profesor de Botánica y Zoología de la Universidad de Chile y se le encarga la creación y construcción de un Jardín botánico en la Quinta Normal. Lamentablemente sus esfuerzos fueron en vano debido a la falta de apoyo para que se le entregase un terreno con esos fines y no sería sino hasta 1876 que las cosas tomarían algo más de vuelo cuando la Sociedad de Farmacia de Santiago haría el proyecto propio. Phillippi trabajaría solo y sin ayudantes en la conclusión de la empresa, pero las negligencias para con el proyecto nuevamente atarían sus sueños de establecer tamaño monumento científico en la capital. Lo peor de todo lo ocurrido es que Phillippi había recibido del Jardín Botánico de París un cajón de madera lleno con almácigos de especies exóticas que habían empezado a crecer y llenarse de maleza debido a que no podían ser transplantadas a su lugar definitivo en la Quinta. En este momento es cuando creemos que la especie llegaría a los patios del Instituto Nacional.
Durante el rectorado de Diego Barros Arana, Phillippi, ya había sido nombrado como el primer profesor de ciencias del establecimiento en 1866. Siendo el entonces rector, y gran amigo, el responsable de encargarle la creación de un texto y una cátedra de lo que llamaron “Historia Natural” con el fin de educar a los alumnos secundarios con nociones científicas básicas, que fueran inclusive aplicables a labores prácticas como la agricultura. El naturalista generó un estrecho vínculo con el Instituto, incluso ya como director del Museo Nacional, donde sus cartas con los sucesivos rectores del colegio evidencian de la estrecha colaboración entre ambas instituciones.
Es en este punto cuando debemos comparar la historia transmitida oralmente por nuestros antecesores con los hechos ocurridos. Según la tradición, el ejemplar de la Paulownia Imperialis fue plantado en el Instituto Nacional por el profesor Phillippi como un valioso regalo, debido a su condición de especie única en el país, y así se recordó en los últimos actos cuando el árbol volvió a ser plantado en el patio jardín durante la década de los 70. Si este punto de ser “especie única en el país” tiene algo de cierto, el espécimen que Phillippi plantó en el patio del antiguo Instituto debió formar parte de los almácigos que se recibieron de los invernaderos parisinos, todo con el fin de que las especies pudieran seguir creciendo en un lugar apropiado debido a la ausencia de un espacio físico definitivo para el Jardín Botánico Nacional. Es el mismo Phillippi quien declara en sus memorias que recién para el año 1879 se recibió el primer terreno para cultivar las especies de flora, y desde la llegada de los almácigos de París ya habían pasado 3 años.
¿Cómo sabemos que efectivamente la Paulownia llegó a manos de los Phillippi, padre e hijo, desde el extranjero? Primero porque la rareza de la especie la coloca en un sitial muy escaso entre las otras plantas ornamentales existentes en el Santiago del siglo XIX; las únicas muestras de ejemplares de paulownia imperialis existentes en el herbario del Museo de Historia Natural corresponden principalmente a partes colectadas en el extranjero, y la única muestra “chilena” está datada en 1946. Además debemos sumar que el catálogo de 1881 de las plantas exóticas del Jardín Botánico Nacional, administrado por los Phillippi, incluye una Paulownia Imperialis, por lo que efectivamente estos científicos tuvieron acceso a ella en una data temprana. A lo que podemos agregar que los cálculos de la edad del árbol original lo sitúan en la sexta década del siglo XIX y no más tarde.
Independiente o no de la certeza que se tenga de la travesía exacta de la Paulonia hasta nuestros jardines, lo importante es poder recalcar la importancia cultural de este frondoso árbol, que para muchos es un misterio.
La Paulonia se volvió de gran importancia para los institutanos por dos motivos. El primero por ser la única sombra fresca de los patios del Instituto a la que los alumnos tenían libre acceso creando con esto el espacio para el segundo motivo. La densidad de su follaje ocasionaba el descanso de numerosos alumnos con la compañía de notables lecturas, siendo referente clásico para las reuniones de la Academia de Letras del Instituto y de todos los jóvenes actores políticos que pasaron por los viejos pasillos del antiguo edificio de Herbage.
Finalmente es esta la larga historia de la Paulownia Imperialis que marcó el folklore del Instituto Nacional. Desde los confines del continente asiático hasta el Jardín Botánico de Leiden, desde Leiden hasta los Jardíns des Serres d’Auteuil en París y luego Phillippi, y desde Phillippi hasta la memoria eterna de los Institutanos. Por lo mismo debemos cuidar su recuerdo, manteniendo en el mejor estado posible la única pieza restante, luego de su tala ocurrida en 1962, aquel viejo tronco que descansa en el actual Patio de la Paulownia, la misma que el Profesor Phillippi plantara como regalo al Instituto, en los años dorados del siglo XIX.